Las autoridades literarias advierten: ser perjudica seriamente la salud.
Hay algunos - por increíble que parezca a estas alturas -
que todavía se convierten en borrachos
por influencia de los poetas simbolistas.
Otros - de alguna manera igualmente increíble -
acaban chutándose heroína
por momias como William Burroughs
contaban con pelos y señales que lo hacían.
Por motivos parecidos
tú negaste siempre la felicidad,
que como ya se sabe
es un asunto muy mal visto
entre las mentes pensantes de todo este tinglado.
Hasta que la felicidad te cayó encima
como un plato de sopa
que alguien te hubiera volcado en el regazo.
¿Qué demonios era esto?
No estaba programado.
Era un contratiempo nuevo;
era de auténtica verguenza.
Como, de niños, mojar la cama
o hacérselo en los calzoncillos.
Menudo bochorno.
¿Quién te iba a sacar de ésta?
Pero la felicidad insistió en agitarse dentro de ti;
te recorría de arriba abajo
como un flujo de savia electrizada.
Y se te ocurrieron ideas muy extrañas:
abandonarlo todo,
salir corriendo dando saltos de alegría,
tirar la casa por la ventana
y lanzarte en plancha a la vida.
La hostia fue de órdago.
Los hijoputas habían vaciado la piscina.
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El arte en la era del consumo
La edad de la ansiedad:
el tiempo de los nervios rotos.
Caminamos hacia el fin
como comediantes por una cuerda floja
que se deshilacha por momentos.
Debajo de nosotros,
el patio interior
de un centro comercial.
Contemple el espectáculo
mientras compra.
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El protocolo del rubor
Ya habrá tiempo para el juego
de estudias o trabajas, cómo tú
por aquí, qué tal tu hermano,
tu padre, tu perro, dónde vives,
qué te gusta, viste esa película
- pues a mí me sorprendió -, si prefieres
la comida china o la italiana,
el whisky en vaso bajo, eres abstemia,
practicas la gimnasia rítmica, la Ouija,
o si has estado o no en Londres o París.
Ya habrá tiempo de mi amor, mi vida,
tiempo para el calor y la ternura,
el dulce recogimiento postcoital,
el cigarrillo de tu marca favorita,
una copa de vino o un café
con leche, confidencias
susurradas al oído
en la penumbra de la habitación.
Ya habrá tiempo para el asco,
la desidia, los gritos, las palabras
malsonantes, platos rotos,
lágrimas, consuelos, encuentros,
desencuentros, misivas de odio
o de rencor, si es que así es la vida
nos lo exige y esto no se queda
en las cenizas de una noche que se quema
aquí y ahora, entre los fuegos
fatuos de una estúpida comedia programada
por dictamen de un descerebrado dios.
Porque tú sabes y yo sé que nunca
hay tiempo. Así que calla. Y mírame.
Y alza esa copa entre sonrisas y balbuce:
"Por qué no me follas, de una vez".
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Días sin pan, ed. Renacimiento, 2007.