Se habló mucho y bien el año pasado de este interesante trabajo de Mariano Pensotti y ahora se nos presenta la oportunidad de conocerlo finalmente o revisitarlo. Desde el 19 de febrero la obra regresa al Sarmiento.
No se trata de una propuesta donde el argumento nos proporcione un interés definitivo para verla, así que no nos detendremos en el qué, si no en el cómo se nos cuentan las historias. A menudo la teoría teatral subraya la dificultad del teatro para enfrentarse a los saltos en el tiempo, y no son pocos los espectadores que se pierden cuando las transiciones son eficazmente fugaces. Pensotti explota al máximo esa complejidad aunando recursos tan tradicionales como el narrador omnisciente- enriquecido acá al no ser un simple off, si no incorporarse desde un brillante trabajo actoral cuya precisión y agilidad mantiene al público tan entretenido como atónito - y la continuidad del movimiento circular dado a ese ingenio escenográfico un tanto hipnótico, que nos remite a una suerte de plató cinematográfico de bajo presupuesto.
La metonimia de la parte por el todo permite abrir una y otra vez las vidas de los personajes que abordan con espíritu de disección: la forma, sí, pero también el entorno, los otros con los que se cruzan, sus pensamientos más confusos y absurdos, sus sueños, sus patéticos deseos y temores. Todo. Todo eso que sólo el narrador como conciencia puede revelarnos, se nos lanza desde el escenario gracias a un exquisito trabajo actoral y a una dirección atenta al detalle y con un gran entendimiento del ritmo escénico y sus importantes variaciones. Quizá sea ese el aspecto que pueda llegar a extenuarnos por momentos ya que dos horas sin pausa de vidas encadenadas resulta ser un ejercicio un tanto delirante al que someterse, no obstante se entiende cuán difícil debe resultar sobrevivir a un proceso creativo de esa envergadura y entrar luego a ver qué podría acortarse, si tendría sentido sacrificar esa escena que tanto nos costó o ese momento que nos gusta porque...
Por otro lado, algo en ese exceso que nos agota resignifica la intensidad de lo que se nos cuenta, el azaroso caos de los destinos y el sinsentido de tantas decisiones que uno considera vitales en su día. Quizá abandonemos la sala un tanto exhaustos, un tanto mareados de la calesita, sí, pero también nos vamos con la sensación de haber participado en una hazaña, de haber compartido con esos cuatro actores una experiencia única porque, El pasado es un animal grotesco, es una de esas obras que nos recuerdan que lo que vivimos esa noche no volverá a repetirse, que cada función es única.
Mención aparte merece el trabajo actoral que sostiene desde unas pautas corales bien orquestadas, las muchas peculiaridades de sus personajes. Un muy buen ejemplo de cómo lo sintético puede ser eficaz y no menos emotivo. Y todo lo contrario: como los delirios necesitan límites para ser interesantes.
A modo de postdata: la obra muestra una lección fundamental para los estudiantes de teatro: por favor, tomen nota de cómo las transiciones técnicas sirven para construir un mundo y no sólo para desplazarse en el espacio. Gracias.
Texto y dirección: Mariano Pensotti
Actúan: Pilar Gamboa, Javier Lorenzo, Juan Minujín, Julieta Vallina
Vestuario: Mariana Tirantte
Escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: Matías Sendón
Música: Diego Vainer
Asistencia artística: Leandro Orellano
Teatro Sarmiento.
Avda. Sarmiento 2715.
De jueves a domingo. 21hs.