Allá lejos y hace tiempo una excelente profesora de teatro nos preguntaba cuál era nuestro motor vital, qué cosa nos hacía levantarnos cada día como si algo de todo este entuerto mereciera la pena. Durante mucho tiempo creí tener mi respuesta a salvo. Eran tiempos mejores. Tiempos de blanco y negro, de pocas dudas, de mucha tontería relevante y más vino que rosas. Éramos trágicos, desmedidos e infelices y nos gustaba serlo.
No sé cuánto ha cambiado desde entonces. Es difícil medirlo. Ahora todo es más gris, escaso, plano, y acaso nos agotan nuestras dudas antes de la batalla. Cada vez más seguido nos tienta el abandono, el desaliento... Se persigue una idea de ARTE que acaso ya no exista, una exigencia antigua que nos hace estar fuera de lugar, pedir peras al olmo, quedarnos con la bronca, querer prenderle fuego.
Por supuesto, "la culpa es de uno cuando no enamora" pero "el infierno son los otros".
Hoy sí, hoy también es un día de esos en los que cerraría el kiosko para abrir una mercería. Por ejemplo. Pero supongo que mañana se cerrará esta puerta para abrir otra puñetera ventana.