Aclaramos que nos limitamos a difundir la información que como tantos otros miles estamos recibiendo por email y, aunque carecemos de recursos, ilusión e iniciativa para constatar la veracidad de unos y otros, nos consta que la ausencia de polémica en el el discurso público nunca implica nada nuevo y, por otro lado, conociéndonos como nos conocemos, este lado de las cosas suena infinitamente más creíble que ese fastuoso país del Bicentenario que nos están queriendo vender. Todo suena tan pátetico como indiganante. Y triste. Infinitamente triste. Lean y saquen sus propias conclusiones.
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El desguace del Teatro Colón
Olga Cristóbal
La inigualable acústica del Colón, inexplicable hasta para los ingenieros especializados, es lo que convirtió al teatro en la primera sala lírica del mundo. A posteriori de la función de prueba, días antes de la reapertura oficial, el 24 de mayo, fue estruendoso el coro de los que juraron que “la acústica está intacta”. No comparten la opinión ni el compositor Roberto Blanco Villalba, presente en la función, ni buena parte de los músicos y coreutas, que registraron reverberación, estridencias, problemas para escucharse entre los integrantes del coro, que los distintos sectores de la orquesta no amalgaman y que el retorno al escenario es distinto con la sala llena que con la sala vacía. El gobierno macrista se ufana de que las mediciones son iguales que antes de las obras. Pero no publicó ni las mediciones previas ni las actuales, ni permitió ningún tipo de estudio o medición por parte de expertos independientes, que no hubieran intervenido en la restauración.
Que en bambalinas nada funciona lo dejó en claro Ricardo Bartís, que canceló su estreno en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), previsto para la reapertura. Bartís dijo que “el sistema de producción no existía, es una entelequia, se decía que iban a estar los objetos, el vestuario, la sala para ensayar, la plata para comprar elementos y para los viáticos. Nada de eso ocurrió” (La Nación, 9/5). Otro indignado es el hijo de Raúl Soldi porque, contra lo prometido, la cúpula de 300 metros cuadrados pintada por su padre no fue restaurada. “Sólo restauraron la pequeña parte dañada por la humedad. Reparar el resto de la bóveda, que está cubierta de hollín, costaba entre 30 y 40 mil dólares... ¡Una suma insignificante para los 25 millones de dólares que cuesta la refacción!”, dijo.
La “restauración” del Colón desarmó los famosos talleres que elaboraban integralmente los espectáculos. En la página oficial aún se los propagandiza: “Sus talleres, a cargo de personal de alta calidad artística, técnica y profesional afectado a la producción y confección de decoraciones y elementos complementarios (vestuarios, zapatería, utilería, peluquería y tocados, montaje, luminotecnia, etc.) son únicos en el mundo”. Infames:, verdaderos creadores de una el macrismo, que puso a 450 trabajadores en disponibilidad o los dispersó en otras áreas de gobierno, aún no acata la orden judicial que lo intimó a reinstalar en sus puestos a cientos de técnicos y artesanosescuela de oficios que se transmitía de generación en generación, responsable de la prestigiosa producción propia que distinguía al teatro. El Colón sólo compartía esa peculiaridad con el Bolshoi y la Opera de París.
El director Pedro Pablo García Caffi acaba de reconocer a Noticias que la tercerización es el corazón del plan: “Lo que hicimos fue una reestructuración orgánica funcional. Eliminamos estructuras obsoletas e improductivas; los teatros de ópera actuales funcionan de una manera muy dinámica: tercerizan todo, desde la escenografía hasta la limpieza. Antes se producía la escenotecnia de un modo, ahora con un sistema más moderno se obtiene el resultado con menos gente”, dijo García Caffi. La “eliminación” incluye cantantes líricos, figurantes, diseños de producción, arquitectura teatral, grabación y video, fotofilmación, mecánica escénica, efectos especiales electromecánicos y mayordomía. Dicen que la tercerización ahorra recursos al erario público. Es un verso: deja a cargo del Estado las áreas que ningún empresario querría – la orquesta, por ejemplo– y privatiza lo que después se verá obligado a alquilar o comprar.
La restauración reasignó, además, las salas de ensayo para crear confiterías, dos tiendas de souvenirs y cuatro salas VIP. Los vestuarios de los bailarines fueron reubicados en el tercer subsuelo, donde antes funcionaban la peluquería, el taller de mecánica escénica y el depósito de fotofilmación. Los camarines de los músicos –con muebles de cedro, estantes de mármol y espejos, que nadie sabe dónde fueron a parar– se redujeron a pasillos en donde sólo entran parados. En su lugar funcionará una de las confiterías.
Con la excusa de avanzar en la obra, el gobierno retiró mobiliario, vestuarios, instrumentos y gran parte del patrimonio. Están expuestos a la humedad y en condiciones deplorables en el Centro Municipal de Exposiciones, según constató, el 25 de febrero, el juez Guillermo Scheibler. La Biblioteca, que tenía más de 100.000 documentos entre programas, partituras, bibliografía, recortes periodísticos, publicaciones nacionales y extranjeras, y más de 25.000 fotografías de artistas siguen arrumbados en containers al aire libre, en los depósitos Lavardén.
El macrismo, pero antes Telerman y antes Ibarra, pretende convertir al Colón en un centro turístico. El desguace de sus plantas estables y de la producción intenta convertirlo en un teatro llave en mano, de alquiler. De hecho, con el teatro ya cerrado, en octubre de 2008, el gobierno lo abrió para alquilarlo a la firma Converse All Star, que hizo un desfile. Les salió realmente barato: como pago, All Star entregó 120 joggings para el Cuerpo Estable del Ballet (Perfil, 3/11/08).