Ya hemos mencionado alguna vez el absurdo de encontrarse con estudiantes de teatro que no leen. Supongo que esta realidad no espanta a nadie, al fin y al cabo, también hay estudiantes de letras que conocen los libros sólo por un resumen cibernético. Con suerte. No obstante, a mí la indignación no me cabe en el cuerpo. ¿Quién estudia teatro por obligación? ¿Quién es el mártir que se somete a las dificultades, el bochorno, la bronca, la frustración, el esfuerzo físico que implica cualquier clase, por pobre que ésta sea, contra su voluntad? Como tamaño absurdo, ni Ionesco, me resulta del todo indescifrable semejante paradoja.
Son muchos los profesores de teatro que no dan crédito cuando escuchan a sus alumnos leer en voz alta por primera vez. Un alto porcentaje ronda el analfabetismo funcional. Muchos ni siquiera poseen sentido común. Conozco el caso de una alumna que leyó Un tranvía llamado deseo sin percatarse nunca de que a Blanche la violaban. Según ella, en su libro la escena terminaba con "telón", no ponía nada más. No es un chiste.
¿Cómo se les va a pedir que trabajen el subtexto cuándo no poseen las herramientas básicas de comprensión de lectura y análisis de texto?
Por otro lado, cada vez parece una práctica más frecuente que los alumnos lean y memoricen exclusivamente la escena que están trabajando. No leen la obra. ¿Para qué?, pensarán.
Podríamos decir que los docentes poseen cierta responsabilidad, porque es imposible no percatarse del desconocimiento general sobre el que trabajan estos pobres chicos, y que la misma lectura de la obra debería formar parte de la clase, pero claro, cuando el taller dura dos o tres horas una vez a la semana, nadie quiere "perder el tiempo" leyendo en clase. Por no mencionar el hecho de que hay escándalosos fraudes docentes que tampoco se han molestado en leer las obras con las que enseñan y que se limitan a trabajar hasta el aburrimiento las escenas más conocidas, con las que ellos se formaron. Desde su propia limitación deforman a sus alumnos sin que se les caiga la cara de vergüenza. Pero ese es otro tema.
Volvamos a los alumnos. ¿Si no les gusta leer o no tienen facilidad y no ponen nada de su parte para remediar esa laguna formativa, cómo piensan crecer como actores? ¿De qué van a nutrirse? La lectura, y no sólo la de las obras de teatro - que, encima, resultan ser los textos más necesitados de un lector exigente y preparado, - es una parte imprescindible y fundamental de la formación actoral. No está sólo relacionada con la memorización de los textos de un personaje, sino con la construcción de otros mundos posibles, con el conocimiento de épocas pasadas, con el desarrollo de la imaginación y el imaginario personal, así como con la sensibilidad, la capacidad de expresión y de elaboración de una crítica constructiva.
Lo más espeluznante de todo es que los no lectores, a menudo, disfrutan su ignorancia y alardean. Es casi imposible conseguir que un adolescente o un adulto al que no le guste leer, entienda las infinitas ventajas que la lectura conlleva, mucho menos, que la disfrute, pero como estudiantes de teatro deberían verse obligados a leer. De todo. Y esa práctica de la lectura tendría que preocuparles tanto como su entrenamiento físico, sus clases de danza o canto, el clown, la acrobacia y ese largo etc. de disciplinas para las que siempre parecen estar dispuestos.
De lo contrario, y como ya es habitual, una y otra vez tendremos la desgracia de ver en el escenario a actores vacíos que no tienen la menor idea de lo que están diciendo, que no sólo no entienden las palabras, si no que no son conscientes de las claves que encierra su discurso ni de la tradición que hay sobre ellos. Una y otra vez seremos castigados por los abusos de la ignorancia ajena y los excesos de una supuesta pretensión estética mal entendida.
Que la suerte se apiade de nosotros y de nuestros bolsillos.