#RodrigoGarcía










Notas tomadas en la presentación de libro Even Knievel contra Macbeth na terra do finado Humberto de Rodrigo García, el pasado sábado 25 de agosto dentro de las actividades de Volumen. Escena Editada. Teatro Nacional Cervantes. 


Rodrigo García en conversación con Emilio García Wehbi.



* “La sociedad está cada vez más neovictoriana.”

* “La vida cada vez es más veloz y fugaz, por eso trato de que mis obras sean lo más lentas y menos espectaculares posible.”

* “Un artista que se censura a sí mismo me suena a chino, eso qué es.”

* “No me gustó mi infancia, no me gustó vivir así. Al menos que me sirva para trabajar. Si hubiera sido feliz no hubiera escrito una palabra.”

* “Soy consciente de que una parte del público no conoce los referentes de los que hablo, pero pienso que pueden fantasear, que la llegan a completar a su modo.”

* “El deseo de hacer una obra es siempre entregar algo inacabado, inconcluso, borroso. Si no como espectador me sentiría muy agredido.”

* “Yo no veo mis obras. Me da tanto miedo que durante la función me voy del teatro. Me da miedo que salga mal y me da miedo la reacción del público.”

* “No me quedo a charlar después. Tengo que protegerme de la opinión del público para poder seguir con el próximo trabajo.”

* “Me entristece la sociedad en la que vivimos donde hay tanto miedo a la libertad, pero nunca me he sentido ofendido como artista ni nada parecido por una crítica.”

* “Tengo cierta fe en la experiencia estética. No soy la misma persona después de ver un cuadro de Rothko.”

* “No tengo la menor idea de cómo hacer una obra. Me muero de miedo en los ensayos. Salimos adelante solamente por la confianza. El trabajo termina siendo la relación de esas personas con el material. La suerte es esa gente de la que te rodeas.”

* “Hay que estar alerta cuando algo se te va de las manos y aprovechar ese azar, ver qué se hace con eso.”

*(Sobre la presencia final del piano en Gólgota Picnic): 
“Busco ampliar los límites de la teatralidad. Hay que saber que vas a perder y que no te importe. Mucha gente se iba mientras el pianista tocaba alegando que habían ido a ver teatro, no un concierto.”

* “El verdadero trabajo está en las estructuras.”

* “Intento que la materia literaria tenga una mínima calidad para estar en un libro. Casi prefiero que me lean a que vean las obras. A veces pienso que no sé poner bien los textos en escena.”

* “He conocido artistas cobardes y gestores valientes.”

* “Cuando uno explica demasiado la obra atenta contra el misterio. Jamás quise conocer a los artistas que admiraba.”

* “Hacer obras de teatro es la forma que tengo de vivir. Es lo que me ayuda a estar contento con la gente y esas cosas.”

* “No me gusta mucho ensayar. Disfruto la escritura en solitario. Intento ensayar el menor tiempo posible. Intento que los textos les lleguen al final y se genera una tensión sobre eso. Cuando ya tengo material sobre el espacio, las acciones, etc., ahí caigo un día con los textos y vamos viendo de forma intuitiva qué puede sostenerse sin texto, dónde la estás jodiendo con la literatura.”

* “Después de estrenar no modifico nada pero la obra cambia muchísimo porque los actores profundizan. Yo intento siempre que las obras sean frágiles pero los actores echan raíces, encuentran otra forma de estar y comprender. Jamás hago trabajo de mesa con un actor. La mesa está prohibida. Estamos de pie, trabajamos y poco a poco vamos comprendiendo la obra.”

Hacer teatro y amar a veces son sinónimos









“Hacer obras de teatro es la forma que tengo de vivir, es lo que me ayuda a estar contento con la gente y esas cosas.” Rodrigo García


Hacemos teatro por razones tan íntimas, insólitas y, en ocasiones, inadmisibles, que sería imposible ordenarlas atendiendo prioridades. Hacer teatro y amar a veces son sinónimos en lo bueno y lo peor que la imaginería de esos espectros convoca. La absoluta maravilla y la caída en el infierno se comparten en ambos ejercicios. Podríamos extender el paralelismo a alguna otra disciplina, pero el cuerpo a cuerpo y el deseo de alterar el tiempo, de abrir un tajo en el presente donde podamos ser posibles siendo otros, son maleficios del amor y el escenario. En ambos quehaceres los más terribles misántropos debemos abandonar el amparo de nuestra soledad para abrir la puerta o, peor aún, salir a buscar a quien dará sentido a nuestro amor u obra. En ese encuentro fatal todo y nada puede suceder y ambas posibilidades alterarán nuestro acompasado palpitar y dejarán su exquisita cicatriz. El amor y el teatro se conjugan con la misma irregularidad mientras se avanza sobre una cuerda floja tendida sobre un abismo donde nuestros miedos nos esperan con las fauces abiertas.

“El teatro es pese a todos nosotros”, afirmaba Ure. Y el amor también. El amor logra ser y darse incluso cuando nadie está por la labor. En el ecosistema ficcional de Buenos Aires los microuniversos creativos tienen una larga y sólida tradición de red. Cada arte se las ingenia para elaborar un circuito de intercambio, producción y muestra. La comunidad teatral, sin duda, posee uno de los tejidos más intrincados y, a su vez, más frágiles. En sus filas los creadores no tienden a la especialización de una única faceta, descubren pronto que para que su pasión sobreviva necesitan adquirir herramientas de toda índole. Se escribe, dirige y se actúa, pero también se compone, se coreografía, se ilumina, se diseñan espacios, se produce, se piden subsidios, se pierde plata, se difunde y se realizan infinitas tareas invisibles para el público que, sin embargo, forman parte intrínseca del prodigio: limpiar, armar la platea más o menos precaria, asegurarse de que las luces funcionen, dar una puntada acá, volver a pegar esto, tapar lo otro, bajar y subir muebles, ordenar utilería inclasificable, ayudar a poner una peluca, maquillarse mientras se pasa letra o pasar letra mientras se limpia el baño, probar sonido y que el cable se rebele. Hay que encontrar soluciones inmediatas para lo inimaginable. Todo es tan inverosímil como cierto, agotador y desconcertante. Todo es humano, demasiado humano. Frágil y, a la vez, todopoderoso. Aún más si enmarcamos este amoroso despropósito en una ciudad donde el transporte juega en contra, las distancias son enormes y, por si fuera poco, los espacios culturales son acosados por mil y una malarias que el desgobierno impone. Multipliquemos ahora todo eso por dos para dar cabida a esos casos en los que al terminar una función se sale corriendo y se toma un taxi que ya nadie puede permitirse para llegar a otra. Y asumamos el hecho de que hacer dos, cuatro o seis funciones por fin de semana rarísima vez supondrá un sueldo. En ese punto son muchas las historias de amor que terminan mal. Si el amor es mixto, dícese de las asociaciones configuradas por dos o más nacionalidades, pocos asimilarán esta forma de supervivencia. Sobre todo cuando sepan que de lunes a viernes la inmensa mayoría trabaja de civil y ejerce como abogado, psicólogo, dentista, mozo, docente, carnicero, contador… Sobre todo cuando se les aclare que pagamos nuestros ensayos pero nadie nos paga en ese mientras o cuando nos escuchen decir que hacemos lo que tenemos que hacer porque nadie lo hará por nosotros y sólo así podemos soportar lo demás. Sobre todo cuando entiendan que lo demás es todo y todo es demasiado.

Son muchos los que vienen a Buenos Aires a estudiar su teatro y más aun los que quieren desentrañar el misterio de este amor. Me pregunto cuántos logran salir, volver a su país con algo parecido a una respuesta, qué dirá su versión de nuestros hechos. Señalarán las infinitas carencias y algunos lograrán determinar cierto origen o causalidad que contextualice para la academia este sindios. Quizá hasta alguno envidie nuestra rara suerte.

Hacer teatro y amar a veces son sinónimos, por ejemplo, cuando vuelve a ser lunes y te das cuenta de que sobreviviste a otro fin de semana donde todo podría haber fallado pero no. Y al repasar el (des)orden de los acontecimientos te das cuenta de que no hay ningún milagro, sólo gente, muchas, muchísimas personas implicadas, cómplices de un deseo que raya en el delirio cuyos nombres nadie reconocería. Y así el amor, sus cosas.


















Montaje de Qué sabes tú los vientos.  Homenaje a Federico García Lorca.  
Con Nicolás Blum, Gimena Fuentes, Delfina Oyuela, Gimena Romano Larroca y Macarena Trigo.

Ahora todo es noche






Nombrar a La Zaranda es llenarse la boca de historia. Nos regocijamos ante el anuncio de un nuevo estreno, los esperamos, agendamos una cita con ese trabajo sabiéndolo un bien necesario, un cuerpo a cuerpo del que no se sale indemne. Con Ahora todo es noche vuelven a Buenos Aires para celebrar sus cuarenta años como compañía y, una vez más, su propuesta palpita haciéndose eco de lo peor y lo mejor de todas las épocas. Lo peor: la soledad absoluta, el desamparo en el que la humanidad deambula encarnada en tres hombres anónimos condenados a pasar desapercibidos, a no tener donde estar ni dónde ir. El sujeto convertido en objeto devorado por el paisaje hostil de cualquier ciudad. Esos bultos con los que evitamos tropezar en las esquinas, los portales, los cajeros… Son tantos que terminan por ser ninguno y nadie, si no fuera porque nosotros podríamos ser ellos. 

El texto de Eusebio Calonge  engarza la duda con la herida abierta y la historia de la (in)humanidad con la de la poesía escénica. Ahí está lo mejor, señala La Zaranda, en el escenario, el reinado sin reino que está a nuestro alcance, la única salvación posible. “Si tenemos por lo que luchar y tenemos por lo que sufrir, tenemos por lo que vivir”, afirma rotundo Ahora todo es noche.

La dirección de Paco de la Zaranda orquesta con la sabiduría de siempre a Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Sus criaturas vuelven a ser inolvidables, rotundas e impactantes. No hay detalle menor en la creación de esos mendigos atávicos, soldados de la poesía, reyes del escenario vacío, del espacio por llenar, esa obra en construcción donde se refugian de la peor de las tormentas. Sólo ahí, en lo indeterminado, pareciera haber lugar para esas almas que, lejos de penar, rinden batalla hasta el final. 

La Zaranda siempre nos recuerda que no hay que temer la profundidad temática y que el teatro es, puede ser y darnos, siempre, mucho, muchísimo más. Los personajes no son meras construcciones al servicio del relato, son el interrogante que no deja de abrirse y el espejo donde inevitablemente nos reconocemos.

El texto del programa ilumina no sólo algunas de las inquietudes de este trabajo, también cita valores primordiales de la compañía, valores que los ubican hace mucho en la gran historia del teatro universal: “sus heridas y cicatrices, su desgarrada imaginería, su desgarrada voz, sus personajes desahuciados. Eco de liturgia, tintes esperpénticos y regusto de tragedia, un humor perturbador y un compromiso poético insobornable. Los pies en los clásicos y la mirada en el horizonte de nuevas formas de hablarle al alma de cada hombre.”

Larga, eterna vida a La Zaranda De Ninguna Parte. 
Y nuestra.


Ahora todo es noche

Texto: Eusebio Calonge
Actúan: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez
Música: Saint Saens Dieu! (Samson et Dalila) - Nelson Pinedo con La Sonora Matancera: Quien Será
Iluminación: Eusebio Calonge
Espacio escénico: Paco de la Zaranda
Fotografía y cartel: Víctor Iglesias
Producción artística: Eduardo Martínez
Dirección: Paco de la Zaranda

Funciones de miércoles a domingo
El Picadero
Enrique Santos Discépolo 1857

En el hueco que queda








“No me gusta el animal
que vive dentro mío.
Pero cada día
pido
por lo que sea y deba ser,
que no se acabe su hambre.”
G. Aronson



No hay libro urgente cuando la novedad editorial dura un suspiro, sin embargo, no es menos cierto que cada poemario que sale a la luz con un sello independiente implica una victoria, una resistencia tan mínima o mayúscula como quiera juzgarse, pero sin duda, un gesto necesario para quienes buscamos el modo de seguir generando espacio para todas las voces. El tiempo de la poesía como reducto para inmortales debería haber terminado y con él los prejuicios hacia un desempeño de la escritura que poco y nada tiene que ver con la creación de círculos concéntricos, y todo con una forma singular de asomarse al mundo para señalar cuanto miramos sin ver, lo que acontece como sinsentido hasta que el ojo del poeta lo rescata, objetiva y transforma. 

"Una tormenta puede 
estar formada por lluvias
y viento. Puede tener truenos,
grandes relámpagos,
granizo, a veces.
Sin embargo, todo y nada de eso
basta.
Para que sea una tormenta
auténtica
es imprescindible
la furia."

La naturaleza del poema desconoce la muerte salvo para enfrentarla. A menudo afirmamos que no se trata de otra cosa: escribimos contra la muerte. La del día a día, tan íntima, pero también contra y sobre todas las otras muertes que elegimos como propias y defendemos del olvido.

En el hueco que queda, de Giselle Aronson,  es un intento más de atrapar algo que ofrecer: tiempo, deseo, la lucidez atroz en medio del insomnio, la importancia del dolor que no quiere evitarse o la lluvia como lengua extranjera de un pasado donde quizá se era feliz sin darse cuenta.

Aronson escribe la nota a pie del día y la versifica, dándole valor y lugar a lo que sucede cuando nadie mira, lo que se piensa cuando la emoción no alcanza ni sirve. No todo puede llorarse a tiempo y algunos nombres no deben abandonarse nunca. #Santiago. Sí, Maldonado está presente (también) en este libro porque

“nosotros,
los que somos nosotros,
seremos la memoria de Santiago,
sus luces encendidas.”

Recordamos que Aronson escribió el año pasado aquellas palabras que dieron forma a lo que muchos sentíamos sin acertar a expresarlo: “Si me llegaran a desaparecer, te pido que me busques.” Su texto, compartido durante meses en las redes, ya forma parte de la memoria herida de estos últimos años.

En el hueco que queda nos somete al ejercicio incómodo pero necesario de volver sobre nuestros pasos y tratar de recordar, de no olvidar que alguna vez las cosas fueron (y serán) de otra forma.

“Yo quiero que vuelvan
esos tiempos
en que la lluvia
era música inofensiva,
un pretexto
para cualquier cosa,
incluso,
para escribir poesía.”

En la constatación de esa infinita diferencia puede apuntalarse un verso. No cambiará los hechos, pero será parte de ellos. Quizá alguien lo cite dentro de mucho tiempo para explicar lo mucho que aún desconocemos sobre este presente obtuso. 

"No sirve esperar cuando el futuro
nunca llega a tiempo."



En el hueco que queda, Giselle Aronson, Halley Ediciones, Buenos Aires, 2018. 

El Hipervínculo (Prueba 7) / Segundo round






Ayer se realizó una charla con el público en el teatro San Martín sobre El Hipervínculo (Prueba 7) antes de la función. Estuvieron presentes las actrices Mara Bestelli y Vanesa Maja, los filósofos Eduardo Del Estal y Esteban Bieda, Vivi Tellas, Juan Francisco Dasso como dramaturgista y el propio Matías Feldman, autor y director de esta Prueba que ya consideramos uno de los estrenos más significativos de los últimos años. Se comentaron cuestiones de índole diverso sobre los modos de aproximarse a este trabajo: el papel del público como co-creador, la ausencia de una narrativa tradicional, el desafío de materializar la violenta modificación perceptiva fruto de la virtualidad y el modo en que los ensayos funcionaron como tiempo y espacio para la aparición de sentido(s) que expanden la dramaturgia hacia posibilidades que superan la intención autoral.

Nos encontramos ante una obra total al wagneriano modo, lo que implica que toda reflexión sobre la misma apenas arañará la superficie de la cosa, pero la cosa en sí es tan rotunda y endiabladamente hermosa que bienvenidos sean todos los humildes intentos de pensarla. Feldman mencionó con envidiable lucidez algunas de sus principales inquietudes en esta propuesta. Habló de cómo el riguroso control técnico está en función de que la experiencia del público no quede pautada por la dirección. El público no es una presa fácil y adormecida en la oscuridad de la platea, se le considera imprescindible para que la obra exista en la medida en que sea capaz de enfrentarla eligiendo dónde poner su atención y qué tipo de mensaje, nunca concluyente, elabora.

Esta ambición de la dirección se señala a menudo pero la mayoría de las veces claudica apenas como una buena intención. Abandonar el camino de la lógica narrativa y la estructura tradicional es una tarea ardua y compleja que rara vez se conquista. El Hipervínculo supera con creces ese objetivo y apuesta por una belleza escénica renovada, algo también mencionado en la charla. La yuxtaposición de lenguajes elabora una puesta sin solemnidades que se aleja de forma radical del prejuicio con el que llegamos al teatro del llamado circuito oficial. No hay acá nada predecible ni estático y ahí descansa la vitalidad de una belleza otra, una belleza posible y diferente que se introduce en una de esas salas donde solemos ser apabullados por la norma, la tradición, los efectos y la espacialidad.

En mayo del 2015 se presentó en el Malba el libro Detrás de escena, de la editorial Excursiones. Matías Feldman, autor de uno de los capítulos, habló entonces de un profundo deseo, una necesidad: “Deberíamos tomar el San Martín. Así como hicimos un teatro independiente enorme, deberíamos poder canalizar toda esa energía en convencer al Estado de que se haga cargo de ese producto único en el mundo.”

Dos años después la Compañía Buenos Aires Escénica presentó en el Sarmiento la retrospectiva de cinco de sus Pruebas. Hoy, mientras el teatro atraviesa un momento aciago sometido a los múltiples atropellos del actual desgobierno, recibimos esta Prueba 7 como una constatación de las múltiples paradojas que este oficio conlleva.

Palpitan en El Hipervínculo muchas virtudes del teatro independiente - llámese alternativo, off o X  - no sólo la excelencia interpretativa de un gran elenco, la libertad estética desacralizada, la capacidad de sorprender presentando soluciones poéticas y la conciencia política alerta a nuestro violento presente, también renueva, ojalá inaugurando para todos, una línea de valoración hacia nuevos contenidos dentro del teatro oficial.

Entre las muchas sandeces comentadas mientras el San Martín permaneció cerrado, se llegó a afirmar que muchos directores y actores porteños no estaban preparados para laburar en salas como estas porque lo suyo es teatro “de living.” Feldman, consciente de la responsabilidad que implica este cambio de territorialidad que supo desear, señaló ayer la importancia de que los creadores puedan acceder a estas salas no sólo como excepciones, sino con la continuidad necesaria que requiere la práctica teatral para poder desarrollar el entrenamiento imprescindible que demanda esa espacialidad y los recursos propios de estas instalaciones públicas.

Ninguna de estas cuestiones es ajena a la experiencia que se le ofrece al público. Por desgracia, son pocas las oportunidades que nos damos para valorarlas en su justa medida. Insistimos en subrayar esta Prueba 7 como el resultado de un plan de trabajo sostenido durante años por la Compañía Buenos Aires Escénica. La investigación constante sobre la actuación, la elección de sus temáticas, así como sus fuentes e influencias interdisciplinares, cimentan la factura impecable de esta intertextualidad donde el teatro se ofrece como territorio para la exploración de conceptos y no sólo como un arte donde habitar relatos.

Es un privilegio enorme poder ver un trabajo así varias veces. En esta segunda ocasión destacaremos algo mencionado por su director donde encontramos una síntesis brutal pero posible de su poética: el valor dado a los enlaces, la forma inmaterial que vincula las muchas capas de su dramaturgia. Mencionamos en nuestra primera aproximación la gran virtud de no volcar en el texto el infinito peso de su programa, constatamos ahora la certeza de que los hilos conectores son múltiples y contundentes, pero también flexibles y se tienden gracias al trabajo de los intérpretes que generan sobre el espacio y entre ellos múltiples fuerzas que los resignifican. Ellos constituyen el verdadero hipervínculo.

Aún están a tiempo de ser parte de todo esto.




El hipervínculo (Prueba 7) 


Compañía Buenos Aires Escénica

DramaturgiaMatías Feldman.
Actúan: Valentino Alonso, Martín Bertani, Mara Bestelli, Pablo Brignóccoli, Gonzalo Carmona, Maitina De Marco, Delfina Dotti, Eddy García, Nicolas Gerardi, Augusto Ghirardelli, Paco Gorriz, Walter Jakob, Juan Jimenez, Lucila Kesseler, Lina Lasso, Javier Lorenzo, Glenda Maislin, Vanesa Maja, Agostina Maldino, Dora Mils, Aldana Nasello, Ariel Perez De Maria, Paula Pichersky, Claudio Rangnau, Julieta Raponi, Pilar Rozas, Néstor Segade, Norberto Simone, Luciano Suardi.

Vestuario: Lara Sol Gaudini.
Escenografía: Cecilia Zuvialde.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Diseño sonoro: Nicolás Varchausky.
Diseño De Sonido: Simón Pérez.
Video: Alejandro Chaskielberg.
Asistencia artística: Juan Francisco Reato.
Asistencia de escenografía: Agustina Filipini.
Asistencia de iluminación: Verónica Lanza.
Asistencia de vestuario: Ailen Zoe Monzón.
Producción: Melisa Santoro.
Dramaturgista: Juan Francisco Dasso.
Dirección: Matías Feldman.


Teatro San Martín
Corrientes 1530
De miércoles a domingo, 20h.