"Donde el lenguaje hace silencio."

  




En estos días inciertos dos obras en el Teatro Cervantes reflexionan sobre la muerte. Sobre la muerte en general y sobre la muerte de los hijos en particular. Dos obras que no pueden ser más distintas invitan a pensar sobre el vínculo que mantenemos con esa parte de la existencia para la que rara vez sabemos prepararnos. 

En lo alto para siempre, escrita y dirigida por Camila Fabbri y Eugenia Pérez Tomas, invoca al ya eterno David Foster Wallace como guía posible de un microuniverso donde todo está tan vivo como muerto y fluye mientras se estanca. El relato se ofrece iniciado y en suspenso. Así permanecerá. Un hijo, un hermano, muerto pero omnipresente, mantiene unidas a madre e hija en una convivencia accidentada donde la normalidad se desdibuja. “Puedo subir y bajar, lo que no puedo es saltar”, afirma la madre en un desesperado intento de justificarse.

Madre e hija reciben la visita de un plomero singular. Un hombre que no podrá resolver con diligencia la inundación que padecen, pero que traerá respuestas y nuevas inquietudes. Su encuentro justifica el recuerdo del hijo perdido y, al tiempo que se revela la forma de su ausencia, se despliega también el valor simbólico otorgado al salto. No se trata de una caída, es un quiebre, es todo lo que impulsa. Quien salta, vuela. Ya sea porque termine definitivamente su argumento o porque encuentre la libertad imprescindible para el siguiente paso.

María Onetto y Marcelo Subiotto traducen esa profundidad del subtexto en la fragilidad de sus personajes. Pablo “Kun” Castro es quien materializa esas ideas encarnando al hijo, o quizá su recuerdo, su fantasma, pero no sólo. También representa la duda, el miedo y sabrá ser el valor. Su presencia escénica explora las variaciones de un salto que resignifica una y otra vez.

La escenografía de Mariana Tirantte desempeña un papel fundamental en la construcción de este mundo que logra ser tan elevado como subterráneo y tan terrenal como acuático. La azotea de la casa evoca una pileta con trampolín. Los personajes se asoman una y otra vez al borde sin saber qué esperar, con demasiadas certezas para saltar en la profundidad que conciben como fondo mientras el público, obligado a mirar hacia arriba, lo intuye cielo. Esa continuidad espacial favorece la aparente (im)permanencia de los hechos.

En lo alto para siempre acaricia la certeza de que el lenguaje no puede dar cuerpo a todo lo que acontece. Es entonces cuando aprende a quebrarse, cuando nace una metáfora o una forma nueva, pero también cuando el silencio hace lo suyo. 








Mientras esto sucede en la sala Orestes Caviglia, a pocos metros, en la María Guerrero, podemos disfrutar de Tiestes y Atreo, la relectura que Emilio García Wehbi elabora en torno al clásico Tiestes. También acá la muerte es una constante. La dirección apuesta por la vitalidad del mito y subraya los paralelismos de nuestro presente con la tradición histórica y cultural de la que somos producto. La civilización grecolatina asumida como ingrediente tan digerido en el maltrecho Occidente, que a duras penas cuestiona los valores que lo (de)forman.

García Wehbi enuncia el filicidio como una práctica vulgar de tan común: las generaciones jóvenes fueron y son sacrificadas librando batallas donde los padres son los principales responsables. La historia es una masacre ritmada. La lucha entre hermanos jamás dejó de estar vigente y sobre ese odio hacia lo conocido se escribe nuestro presente.

El desafío de la dirección no está sólo en la ardua tarea de revisitar un clásico, sino en subrayar las infinitas formas de su actualidad y denunciarlas. El hombre que aspira a su venganza no mide consecuencias. La humanidad sigue un curso brutal donde todos somos potenciales Tiestes y Atreos dispuestos a la barbarie apenas se presente la ocasión. El discurso muestra parte del problema: la causalidad endemoniada de una furia cebada por los que pueden y mantenida por los más débiles. Sin embargo, esa condena perpetua parece querer quebrarse desde la puesta. Doce mujeres conforman el elenco de este relato de muerte. Entre ellas, varias niñas. Ya en esa elección se nos quiere ofrecer una doble esperanza: la de lo femenino y la de la infancia. Las niñas conforman un comando de liberación que pretende desarmar el valor negativo de la palabra. Entrenadas en el uso y abuso del insulto, nadie podrá hacerles daño. Hay tanta ironía como lógica en la configuración de ese coro infantil. Podemos reír pero no escondernos de la verdad de sus sentencias. El interludio musical hace hincapié en ese recurso del humor más negro para iluminar lo indecible. Un rap antropofágico presenta la solución definitiva a varios grandes males.

La puesta es desmedida. No puede ser de otro modo. La hipérbole estética se nutre de la violencia y el escenario quiere reflejarla. Lo intenta, al menos, con todos los recursos a su alcance.

Maricel Álvarez y Analía Couceyro son Tiestes y Atreo. Su duelo no es sólo dialéctico y fraticida, la fuerza interpretativa de ambas es digna de analizarse en detenimiento. 

Cabe preguntarse por el valor ejemplificador de los clásicos que esta versión subraya con intención didáctica. ¿Aburre que nos señalen lo conocido? ¿No tenemos bastante interiorizado el horror de la especie de la que formamos parte? Quisiéramos escribir que sí y considerar que es un mensaje trascendido pero la realidad no deja de recordarnos que no hemos aprendido absolutamente nada del pasado y que vamos a tener que seguir escribiéndolo. Así pues, que el teatro no se canse de repetir lo obvio cuantas veces sea necesario. Lo creamos o no, al teatro no vamos sólo los que nos damos la razón, también van quienes nos la quitan. No olvidemos que esta obra es una producción del teatro nacional y que el público jamás es una masa informe y siempre, siempre, es un misterio. Si Tiestes y Atreo consigue incomodar por su naturaleza híbrida, por su búsqueda del quiebre, por lo que dice, en fin, por su fondo o formas, sin duda, ya está haciendo mucho bien.



En lo alto para siempre

Texto: Camila Fabbri, Eugenia Pérez Tomas
Actúan: Delfina colombo, Pablo Kun Castro, María Onetto, Marcelo Subiotto
Vestuario y escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: David Seldes
Música: Guillermo Pesoa
Asistencia de escenografía y vesturario: Sofía Eliosoff
Asistencia de iluminación: Estefanía Piotrkowski
Asistencia de dirección: Marcelo Mendez
Producción: Lucero Margulis
Colaboración artística: Ignacio Ceroi
Coreografía: Virginia Leanza
Dirección: Camila Fabbri, Eugenia Pérez Tomas

Jueves a domingo. 21h.


Tiestes y Atreo

Adaptación: Emilio García Wehbi
Actúan: Maricel Alvarez, Florencia Bergallo, Analía Couceyro, Carla Crespo, Erica D'Alessandro, Veronica Gerez, Cintia Hernández, Mercedes Queijeiro, Jazmin Salazar, Mía Savignano, Lola Seglin, Lucía Tomas
Vestuario: Belén Parra
Escenografía: Julieta Potenze
Iluminación: Agnese Lozupone
Música: Marcelo Martinez
Asistencia de iluminación: Celina Font Nine
Asistencia de dirección: Gladys Escudero
Director musical asistente: Vanesa Del Barco
Producción: Santiago Carranza, Leandro Fernandez
Coreografía: Celia Argüello Rena
Coaching infantil: Aymará Abramovich
Dirección musical: Marcelo Martinez
Dirección: Emilio García Wehbi

Jueves a domingo.  20h.