AM3R / INT. NOCHE





Ella nunca fue joven y, desde el principio, supo demasiado. Por eso casi todo. No obstante, algunas veces juega a asomarse a la ventana y concebir un mundo diferente donde lo cierto es sueño y tiene alas sin precio. Esos días o noches considera posible que el amor, por ejemplo, no sea un cuento triste o chino o imposible. Comienza por cambiarle los colores, la forma y el apuro. Acto seguido lo bendice y reparte en dosis inexactas sobre flores, hormigas y luciérnagas. Confía en las especies y en la cepa del virus que los hará posibles. El amor a su cargo es otra cosa. Mucho más parecido a una estación de tren que a un ministerio. Su alcance es desmedido y afecta, sobre todo, a quien no se acostumbra ni pide estupideces o aspira a ser feliz. El amor que ella expande se cura con dos hostias y una noche de sueño. No deja cicatrices ni recuerdos. No se parece en nada a un perro fiel que vuelve o a un domingo de almuerzo familiar. Ella piensa que el amor debe estar harto de ser corresponsal de insensateces y de ser una excusa para el dolor idiota. La práctica de amar debiera ser materia obligatoria e incluir lanzallamas y hecatombes. Debiera ser un corte original, profundo, junto a la yugular. Un antes y un después de esa canción, un avión secuestrado que se estrella en la selva para aliviar el hambre de una tribu caníbal a punto de extinguirse. El amor que ella sueña para el mundo no se parece en nada a eso que ve en las calles o en el cine. No es algo que interese a los turistas o a los extraterrestres y no puede explicarse a los amigos o a los terapeutas. No es algo que alguien vaya a interpretar. Ella se morirá sin traducirlo. 



m.trigo

Recuerdo de lluvia





La lluvia y otras cigüeñas fue una obra que supimos ensayar y estrenar en 2010. 

Hacían llover y actuaban Lorena Barutta, Clarisa Hernández, Paloma Lipovetzky, Nadia Marchione y Francisca Ure. Sol Soto y Luciana Sanz cuidaban la magia. Las voces eran cinco. Ellas nunca tuvieron nombre. Cantaban. Y quizá predecían el futuro. 

El texto decía cosas así. 


**


UNA: Cuando la lluvia se detuvo llegó el silencio. Ese silencio que dicen que enloqueció a tantos. No llegaban los murmullos del bosque y las que fueron hasta el río dijeron que había enmudecido, era como mirar un cuadro apenas y todo estaba muerto alrededor. Se pensó entonces que aquello era un castigo: la lluvia y el silencio. Pero jamás llegó nadie a explicarnos el sentido de la lluvia y de sus muertes, la razón de la locura o el silencio. Jamás se aclaró nada. Repartimos la culpa igualmente. Así era más sencillo para todas.







Dos ante una cuna.

- Parece un pescado.
- Un ciempiés.
- Una mariposa herida.
- Un conejo tonto.
- No hace nada, no dice nada.
- No lo necesita.
- Nadie lo necesita a él.
- Pero él no lo sabe.
- Lo sabrá. No todos van a mentirle siempre.
Se burlan.
- ¿No es la criatura más hermosa que hayas visto?
- ¡Ay, cómo se parece a la mamá!
- ¡Ay, cómo se parece al papá!
- No, no. Es idéntico a su abuelo antes de morir.
Pausa.
- Mira cómo duerme.
- Mira cómo mira.
- Mira cómo muere.
Pausa.
- Es inútil. Me aburre.
- Vos fuiste igual de inútil alguna vez.
- Sigo siendo inútil.
- No. Innecesaria.
Pausa.
- Parece una gaviota.
- Un puercoespín.
- Un centauro cojo.
- Exagerada.

**

UNA: Nadie sabe cuánto duró. Días que fueron semanas que llegaron a meses de a poquito. El sentido del tiempo se perdió, quedó tan embarrado como el resto. Recuerdo que respirábamos como peces, hasta los pulmones se pusieron verdes. Ah, y el color de los ojos nos cambió. Se oscurecieron los claros, se aclararon los oscuros… Como si fuera un capricho de los espejos, como si estos recordaran su pasado de agua y se sumaran a la burla. No se tenía hambre. Pronto se pudrió todo: la carne, la reserva de nuez, hasta el vino de la bodega se echó a perder. La harina y la sal se humedecieron. Nos quedábamos quietas. Ahí, sentadas en el patio, viendo caer la lluvia interminable que en un rato era helada y luego tibia. Y no paraba nunca. Te hechizaba. Era como en la hoguera, sólo que el fuego termina por morirse si no se alimenta y la lluvia no sabíamos pararla.
Todo nos lo deshizo. Algunas casas no hubo manera de componerlas de vuelta. La que pudo se mudó para otro lado, pero muchas se marcharon por los bosques y no regresaron. La locura de la lluvia no es sencilla. A todas nos enfermó. Del corazón, los ojos, la palabra.






OTRA: Después de lo ocurrido las cosas no cambiaron demasiado. Es raro de explicar y es del todo imposible que lo entiendan los que no estuvieron, los que vienen de paso, y piensan que la vida transcurre como siempre, que está el lunes después de los domingos y el viernes sigue al jueves mansamente. Es imposible, digo, del todo incomprensible para aquellos que siguen con sus sueños, que aún tienen esperanza. Nunca lo entenderán.

UNA: Las que vivimos la época de lluvias entendimos de pronto que el tiempo es un invento extraño, que ya no sirve más. Alguien lo ha roto. No hay un buen momento ni una hora mejor del día. Cada uno tiene un número asignado y, desde la lluvia, la suerte gira cada vez más deprisa. Y hoy sí, hoy aún tienes aliento pero mañana nadie sabe, en unas horas, nadie sabe, a medianoche, quién te dice.

OTRA: Sí, nada fue igual desde la lluvia para nadie. Ahora se esperan pocas cosas. Se esperan sin que se note, como si no, como si la espera no fuera con una, como si todos los deseos hubieran desparecido con el agua de esos días.

UNA: No es tan malo. Se está más tranquila. Se duerme mejor y a cualquier hora. Claro que es un poco triste, sí, pero la vida nunca fue una fiesta por acá, ya me entiende. Estamos acostumbradas a la tristura como estamos acostumbradas a la muerte. Las cosas son así. Los días siguen. La suerte gira. La vida cansa.

TODAS: Lo que tenga que llover, que llueva.







UNA: Llueve desde hace tres días. Tres días enteros de lluvia. Dale que dale con el agua. Ayer la niña cantó: que llueva, que llueva… Y le di un bofetón como es lógico. La niña algunos días parece idiota. No se nos parece. No sabemos a quién ha salido. De quién es. Ahora no está. Debe andar perdida pero volverá. Tarde o temprano siempre la devuelve alguien. Los desconocidos son amables. No deben tener nada que hacer y pierden su tiempo con la niña perdida. La traen hasta aquí.

No, nos habíamos dado cuenta. Sí, lo hace a menudo. Cosas de ella. Sí, es seguro que  volverá a pasar. No podemos estar todo el día vigilándola, aquí tenemos cosas que hacer, ¿sabe? No podemos encerrarla en el armario tampoco. Nos han dicho que no se hace. No se preocupe usted tanto, siempre la encuentra alguien, ¿ve? Usted la trajo y ella está perfecta. No le falta nada. No, eso ya lo tenía. Le digo que sí, ya lo tenía, nunca fue una niña linda, es la verdad.

A nosotros no nos importa demasiado. La niña, digo. Ni la niña ni otras muchas cosas. No tenemos tiempo para que las cosas nos importen, para preocuparnos de lo que no tiene solución. Algunos vienen hasta acá y te cuentan, hablan sin parar sobre quién sabe, sinsentidos hablan. Pueden hacerlo durante horas mientras nosotros seguimos a lo nuestro. Si paramos, habrá más trabajo para luego, se terminará más tarde, será peor para todos. No merece la pena detenerse a escucharlos. Igual ellos pueden hablar sin que los miremos siquiera. Son de los que no hacen otra cosa. Por ahí sólo saben hablar, puede ser. Algunos sólo sirven para hacer una cosa. Nosotras tenemos suerte. Suerte es una de esas palabras que se les escaparon. A veces funciona como un consuelo y otras no quiere decir nada. Cuando digo que tenemos suerte trato de consolarme pero no sé si lo logro.

No llovía así desde los funerales así que andamos todos pensando en muerte. En quién se habrá ido y de dónde. A dónde no nos lo dicen y tampoco importa. “La lluvia es algo que sigue sucediendo en el pasado”. Uno dijo eso. O algo parecido. Lo escribió. No debía tener una niña perdida el que tenía tiempo para escribir. Ahora no se puede. Ni papel queda. Y si aparece un trozo a nadie se le va ocurrir escribirle nada encima. Suponiendo que alguno escriba. No lo creo. Hay muchos que hablan, sí, porque tienen tiempo o porque, pobres, no saben hacer otra cosa. Pero eso de escribir, no, no he visto a nadie que lo haga. A lo mejor a escondidas. A escondidas se hace casi de todo.

Si sigue lloviendo así van a morirse otros cuantos. De asco. De aburrimiento van a morirse. Porque mientras llueve no hacen nada, se quedan ahí mirando esa agua rara, loca y sucia que se pierde por adentro de la tierra, que rompe todo, que lo quiebra. Ahí es donde comienza a aparecer la muerte. Todos se acuerdan de los funerales porque fueron días y noches de agua, de miedo y de algunos que lloraban sin parar hasta que otro los callaba. Yo creo que la niña no se acuerda de los funerales. Puede que en esos días también se perdiera y por donde estuvo no pasaron. Por eso se puso a cantar lo de la lluvia. Nunca se sabe, nunca se sabe si las canciones funcionan. Son otra cosa rara que no se entiende mucho. A vece parecen buena cosa pero no hay modo de estar seguro. De todos modos, sólo a la niña podría ocurrírsele eso de cantar como si nada y le di un bofetón como es lógico.









Y mentirte, mentir un poquito
y mentirte, mentirte de veras
y mentirte, mentir muy bajito
y mentirte, mentir aunque duela,
aunque muera por dentro, por vos.





Fotos: Giampaolo Samá / Gráfica: Dalmiro Zantleifer
Texto y dirección: Macarena Trigo

Breves ideas para volar pianos *



En mi serie favorita, Northern Exposure,[1] hay un episodio - “Burning down the house” - donde el personaje que encarnó mi ideal de hombre perfecto durante años, Chris Stevens - interpretado por John Corbett -, ejecuta una performance genial en la que catapulta, literalmente, un piano por los aires. El vuelo del piano apenas dura unos segundos que apreciamos a cámara lenta. El gesto es tan poético que el aplauso es espontáneo. Por si fuera poco, el piano pertenece a las ruinas de la casa recién  incendiada de Maggie, otro de los personajes. Ese piano volador es una suerte de ave fénix que me sigue acompañando veinte años después.

Es un día tan bueno como cualquier otro para volar pianos.

Una pintura de Mondrian pasando por debajo de un rothko
En  Estética de Laboratorio. Estrategias del arte del presente, Reinadlo Laddaga[2] disecciona muchas cosas, entre ellas la portada del disco Between[3] de Keith Rowe. Su análisis incluye la reflexión del músico sobre ese diseño. Mi lectura hace zoom y foto fija sobre esta imagen: “una pintura de Mondrian pasando por debajo de un rothko”. Así resume Rowe la estética encontrada.



Hace años que Rothko me persigue. Aparece en mis poemas y en monólogos de mujeres enamoradas de un imposible. Hace acto de presencia cuando no acierto a describir la maravilla. No he visto muchos rothkos en mi vida pero experimenté una epifanía en el MOMA cuando lo tropecé sin buscarlo. Tuve que sentarme como una dama cursi con mareos porque no había forma de digerir aquello. Sentí, después de contemplarlo largo rato, que el mundo era ese cuadro. Uno de esos momentos que te dejan el vaso casi lleno.
Imaginar entonces
un rothko proyectado en movimiento. Abundan en youtube videos que los encadenan en montajes hipnóticos. Algo muy similar para este caso con música adecuada. En vivo, por supuesto. De preferencia cuerdas. Violines, contrabajos y algún cello. El rothko se proyecta como una holografía y se elige algún mondrian convincente que atraviese lo etéreo lentamente manipulado por hábiles técnicos vestidos de negro.
El ejercicio zen no dura demasiado pero puede ser cíclico y repetirse hasta que los presentes se sientan convenientemente estafados o decepcionados con la ejecución de la idea.
No es el paso del tiempo / es el paso de un tren
Como buena mujer decimonónica sigo eligiendo el tren como excelencia de transporte. Son muchos y gratos los recuerdos que asocio a la serpiente de hierro. Recuerdo una mínima estación de pueblo castellano donde nos apretujábamos junto a una estufa de carbón esperando la fugaz parada del que nos llevaría a la capital de provincia más cercana. Recuerdo viajes largos en trenes aún divididos por compartimentos. Los niños íbamos de un lado a otro y nos invitaban a tortilla de patatas. Espero recordar para siempre que una vez atravesé el paisaje entre Moscú y San Petersburgo en un tren silencioso donde desayunamos té en vaso. Escribí demasiados poemas en trenes franceses que nunca se atrasaban. Siempre quiero fugarme en uno sin saber a dónde va.



Imaginar entonces
un tren hermoso, antiguo, que tenga, por supuesto, un vagón comedor. El público viajero recibirá de pronto visita inesperada. Un actor o una actriz le contarán su historia. Un tren lleno de actores. Parejas, familias y gente solitaria sospechosa. Habrá un misterio clásico: criminal esposado del que poco se sabe, un intento de fuga y algún enamorado para nada. Azares muy probables en el tren de la vida. La duración exacta del viaje no está determinada para nadie. Todos pueden bajarse cuando gusten.
Modo avión
La vida me dio horas de vuelo que no conté. Ezeiza, Charles de Gaulle y Barajas fueron durante un tiempo escenarios cotidianos en los que malgasté un miedo irracional a ser detenida por delitos que nunca cometí. Sólo cuando terminaban los controles comenzaba a disfrutar la poética de ese espacio donde todo es posible. Mientras escribo estas líneas hay un poemario en preparación donde, por fin, sale a la luz, la suma de tantas esperas.
Hace unos años realicé en la unigalería porteña Una Obra Un Artista, una perfo de escritura improvisada: “Texto con vos”. Durante cinco horas escribí dentro de una vidriera y el vago hilo de mis pensamientos se proyectaba frente a mí. La gente leía, reía y saludaba.
Imaginar entonces
que me echan a escribir en aeropuertos y me mandan de gira por el mundo. Soy yo y este teclado, pocos gastos. Se proyectan mis textos sobre cualquier pared. Escribo con y para los viajeros. Voz en off que traduce los murmullos de breves despedidas y largos reencuentros. Hay una de esas urnas transparentes donde todos me dejan un saludo y escriben “volveré” en billetes viejísimos, servilletas y hojas ya caducadas de la agenda.



Sad Songs (a.k.a. Canciones Tristes)
Forma parte de mi geografía literaria, es la capital de mi ficción. Su fundador, Rodrigo Fresán,[4] nunca deja de desubicarla en cada nuevo libro. Desde que estuve en ella por primera vez deseo hacer la gran Borges y (re)escribir su historia.
Imaginar entonces
que nací allá. Soy una mujer de Canciones Triste y conozco a cada personaje que Fresán manda de paso. Los tropiezo, les robo la cartera, les invito a café. Dejo que me enamoren. Otra vez.





m.trigo


* Publicado en el n°11 de la revista mexicana La Avispa, 2016.


[1] Emitida por la CBS entre 1990 – 1995. Creada por Joshua Brand y John Falsey.
[2] Ladagga, Reinaldo. Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2010.
[3] Keith Rowe y Toshimaru Nakamura. Erstwhile Records, 2006.
[4] Rodrigo Fresán, periodista y escritor argentino. Autor, entre otros, de algunos de mis libros favoritos: Historia argentina, Vidas de santos, La velocidad de las cosas, Jardines de Kensington y La parte inventada, La parte soñada.