Notas de escucha: Mi averío, de Nicolás Blum

Estudiando Teoría de la Literatura se me concedió la maravillosa concepción del universo como la suma de infinitos materiales dispuestos ahí para nuestro exclusivo deleite como lectores. La lectura como el arte de análisis y comprensión de cuanto nos rodea. La lectura como una traducción libre, una interpretación de aquello cuanto ilumina lo que hasta entonces era, quizá, sólo otra cosa. Leer para prenderle fuego al mundo conocido y transformarlo en cenizas de las que nutrirse.
Esa capacidad de lectura interesada, siempre abierta e inconclusa, permite que nos aproximemos, por ejemplo, a obras de arte cuyos sentidos nos atrapan con intenciones tan subterráneas como azarosas. Cada centímetro de aproximación proporciona un nuevo detalle donde fijar la vista, el oído, el tacto... Los sentidos que implique la disciplina y también alguno más. El sexto o séptimo, esa intuición habilitada se prende cuando la obra comunica, nos dice algo e incluso habla por nosotros. 
Nunca escribí sobre un disco y no es mi intención analizar los valores musicales de Mi averío. Carezco de los conocimientos necesarios. Sin embargo, habiendo recorrido sus temas durante los últimos meses con ese extraño entusiasmo que nos genera todo descubrimiento, sí me propongo leer lo ya escuchado. 
Play, entonces.



Resulta inevitable detenerse en el título, la elección del término: "averío". Según la R.A.E. "conjunto de aves de corral". Elige el poeta, autor de la mayoría de los temas, una palabra que nos aleja de cualquier imagen saludable de una bandada cosmopolita, dejándonos ante el interrogante de qué aves son, serán, las que revoloteen en ese corral. Si cada tema fuera un ave, ¿cuál sería? He aquí un posible primer juego, paratextual, que Blum subraya en el arte de tapa, al caracterizándose como pájaro cantor.
Las aves / temas son ocho. Cinco firmados por Blum, dos poemas musicalizados  - "Happy New Year", de Cortázar y "Ejecutoria del miasma", de Girondo - y  una versión del tango "Araca corazón". Sobre éste último nada diremos que haga justicia a la interpretación, les invitamos a escucharlo.
Sí reflexionaremos sobre la musicalización de los poemas de Cortázar y Girondo, por tratarse de textos conocidos que difícilmente podremos volver a leer sin que resuenen a la Blum en nuestra mente.




Los acordes de "Happy New Year" logran que el suspenso textual cortazariano, el tiempo implícito que precisa la recreación de la mano amada, se consolide y ritme. También que fluya con una libertad reiterativa, al tiempo que la voz, se detiene y trabaja algunas palabras, - "urdiendo cada dedo", "muchísimo" - accionando el deseo materializado en la distancia.
Pensemos en la intencionalidad interpretativa, en la fuerza, tan sutil como precisa, con la que un actor (a)borda las palabras. Consideramos que la interpretación de quien canta se desarrolla próxima a esos márgenes. De hecho, el mismo Blum, a lo largo del disco, se cita como personaje y dialoga con su público / audiencia.
Blum convierte la interrogación retórica del poema de Cortázar en estribillo y deposita en él una vitalidad que intensifica el desafío convirtiéndolo en un lamento al que volver.
Su lectura del poema, la certeza con la que instala encabalgamientos, pausas y tempo para el instrumento - una guitarra -, habla del compositor como lector atento. Sus temas lo muestran como una voz original que explora su expresividad en forma y fondo transitando humor, ironía, pasión y contradicción en múltiples registros con imágenes tan afinadas/afiladas como "perro caníbal sufriendo una dieta de arroz"(Cuidado con el perro); o "cariátides milongueras" (Pluma carbón), por ejemplo. Más adelante nos detendremos en sus letras, pero veamos primero su propuesta para el poema de Girondo.

"Ejecutoria del miasma"
Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,
ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
Este olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.

A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.

La musicalización opta por una constancia rítmica que la partitura mantiene e intensifica y un decir ralentizado y selectivo que ilumina la enumeración escatológica y surrealista, logrando que apreciemos cada adjetivo como si los escucháramos por vez primera. Quizá lo que sorprende es el modo en el que forma y fondo se disocian, puesto que la interpretación musical contiene una suerte de detritus amoroso y entusiasta - cuyo origen intuimos se cifra en la admiración de Blum por el poema elegido, cuando no por el mismo Girondo - que se desarrolla a contrapelo del significado literal, logrando, por ejemplo, que "cal viva, soda caústica, hidrógeno o pis úrico", sean una extraña caricia amorosa en el oído.
Los cinco temas firmados por Blum: "Disquisiciones", "Cuidado con el perro", "Oración", "Pluma carbón" y "Polipropileno", gozan de una suerte de dispositivo narrativo similar al que podemos encontrar en esas fotografías que nos atrapan presentándonos un relato o personaje al que sólo nuestra mirada otorga sentido pleno. No hay relato completo, sino una observación al vuelo sobre determinados acontecimientos o percepciones del cotidiano con las que, en ocasiones,  resulta fácil identificarse – la conversación tejida con frases hechas con la que cierra "Disquisiciones" * o las sentencias sobre el camino reiterado de "Polipropileno"- ; mientras que en otras, nos concede un punto de vista privilegiado sobre el que re-crear un argumento.
¿Es ese el objetivo de una canción? Por supuesto que no, ya aclaramos que esto no es más que una humilde propuesta de lectura.  Por eso nos permitimos afirmar que los cinco temas tienen algo de peripatéticos: comparten un ir y venir rítmico que elabora una suerte de caminata, paseo por el barrio, viajecito por la vida o carrera final hacia ese instante arrebatado donde todo cambia para siempre.
La adjetivación precisa y preciosa articula una sensorialidad vívida que la voz del autor manipula a su antojo dirigiendo nuestro oído hacia tal o cual palabra o frase. Y, ya mencionada la fotografía, nos gusta pensar que ese el modo en el que Blum consigue sus primeros planos acústicos tan fugaces como efectivos. Los invito a ver el video de “Oración”, penúltimo tema del álbum, en cuyo montaje se combinan el humor de lo literal, el preciosismo técnico, la metonimia y la disección de las palabras como juego, nada inocente, donde una sola letra modifica el sentido, genera otra realidad.
“Polipropileno” es el último tema. Poco más de dos minutos donde encontramos una buena síntesis de algunas certezas desarrolladas. La impronta de la voz de Blum - autoral y vocal – parece nutrirse de una capacidad lúdica para abordar las palabras como juguetes siempre nuevos. Su forma de transformarlas pasa por el virtuosismo técnico con el que maneja tono, volumen, ritmo y silencios, pero también por la singularidad de su mirada sobre un mundo que re-construye para cantarlo.
“Polipropileno”, título que Girondo firmaría, nos desafía a encontrar belleza en cualquier término y otorga licencia poética al cotidiano, a la intrascendencia que el ojo, y en este caso el oído del poeta, rescatan. De nuevo, canta Blum como quien dialoga: "Disculpen, no recuerdo bien. (...) Qué les puedo decir, qué no. Que sí, que no, que más o menos."  Sin necesidad de que entendamos la totalidad de un relato que será distinto cada vez dependiendo, entre otras cosas, de nuestro ánimo en el momento de afinar la escucha, el entusiasmo con el que el cantor - sí, cantor, cantaor o poeta, nos resultan mucho más precisas que "cantante" en esta disección - ilumina, diríamos descorcha, las frases hechas sobre el camino y la consigna del juego de las escondidas.** Celebra así la vida, lo que acontece sin que logremos apreciarlo en su (in)justa medida.
No es su misión "chillar con doble intención o rimar polipropileno", no. Sus últimos versos, apreciables con o sin melodía, apuntan mucho más y mejor, cuál es la tarea del quehacer poético en cualquier disciplina.

"Se detenía
el silbidito insoportable
de la letanía.
Nunca en silencio
ferreamente corpóreo
un óleo denso
en el lienzo lunar."


DISCO: MI AVERÍO, 2015. 



*  “Sabe cómo está el día, / si va a llover, / pasó volando el año, / uy, qué calor, / qué tiempo loco éste. / Disculpe, usted, / ¿se va de vacaciones / a algún lugar? / ¿Las sierras o la playa? / Le encanta el mar, / a mí también.”
** "Qué camino nos lleva a Roma, / se hace camino al blablablá. / El que no se escondió, se embroma."

Los Corderos





Volver a Veronese. Volvar a ver "una de Veronese". Una con su texto y dirección. Tener la memoria aún física de la primera vez que vimos Mujeres soñaron caballos. Recordar aquello. Lo que nos hizo. Qué creímos entender aquella primera vez. Dónde nos metieron la cabeza. No saber qué esperar. 

Los corderos se presentó en su momento como "una comedia filosófica sobre la condición humana". Argumentalmente lo es. Un texto absurdo que baraja elementos de la cruda realidad argenta y los dinamita para que incomoden pero no lastimen. La violencia, la pobreza, la vida como un tango repetido donde veinte años no es nada y sin embargo... Hay algo del núcleo familiar violentado en las repeticiones, el extrañamiento de las frases, la ilógica del pensamiento, la gestualidad pautada y el histrionismo que remite al juego de roles de Ionesco, pero la apuesta no se cifra en el lenguaje sino en los cuerpos de los actores. En la rotundidad de esas naturalezas contenidas que buscan o desean explotar y que, cada tanto, lo hacen, explotan. En el grito, el gesto, el llanto, la mueca, el golpe... Se deforman a medida que avanzan los sinsentidos. 

El relato es una excusa para explorar un dispositivo escénico donde sí, inmediatamente, se reconocen las inquietudes de la dirección: el interés puesto en ofrecernos los ingredientes, en revelar los secretos de la magia para que el pacto ficcional nunca resulte sencillo. Una puesta que subraya la teatralidad y donde el público ejercita su capacidad para relacionarse con el teatro como artificio. Ninguna posibilidad de empatía, de vinculación con los personajes o de satisfacción de la expectativa narrativa. 

Veronese, una vez más, nos obliga a ver: acá no hay nada. Poquísimos metros cuadrados delimitados por una cinta blanca en el piso y un resto escenográfico, un recorte de paredes por donde los actores entran y salen deshabilitando el afuera narrativo. No está la calle, no está la casa, no hay nada. Vean y obvien. Elijan. Trabajen. Lean donde quieran. Como puedan. Pero, sobre todo, escuchen a los actores. Escuchen esos cuerpos. La puesta permite la observación lateral en unos pocos asientos y en ahí gozarán (o sufrirán) de esa impertinente intimidad que puede resultar intolerable. La misma intimidad obscena que mantienen esos seres desquiciados que quizá representen algunos de los peores estados de la sociedad o, quizá, son solo lo peor de cualquier casa en un mal día. La metáfora del microuniverso es fértil y expansiva. 

Quienes sientan debilidad por observar ese raro fenómeno del cuerpo de un actor o actriz en escena, encontrarán una singular experiencia sobre la potencialidad expresiva de un elenco que confía en la solidez de lo que sus cuerpos, voces y miradas transmiten. La foto que acompaña esta nota es un buen anticipo. Cómo combinar todos esos elementos y qué obra percibirán y construirán finalmente, es algo sobre lo que, sin duda, se teorizará mucho. 



Los corderos

Texto: Daniel Veronese
Actúan: Patricio Aramburu, Flor Dyszel, María Onetto, Gonzalo Urtizberea, Luis Ziembrowski
Escenografía: Franco Battista
Diseño de vestuario: Valeria Cooky
Diseño de luces: Sebastián Blutrach
Asistencia artística: Gonzalo Martínez
Asistencia de dirección y producción ejecutiva: Diego Badaracco
Dirección: Daniel Veronese

Espacio Callejón
Martes a las 21h y sábados a las 17h.