"El amor es lo que sobra".

¿Qué es el amor? ¿Y la fe? ¿Son compatibles el uno sin el otro? ¿No están profundamente involucrados? ¿Si te amo, tengo fe en vos y también viceversa? ¿En qué elegimos creer? ¿Cuál es la diferencia entre la esperanza que nos queda y el consuelo que nos permitimos? ¿Puedo cometer un acto abominable y no lograr absolutamente nada con ello? Estas y otras muchas, muchísimas preguntas son las que barajan los personajes de Un gesto común, texto recién estrenado de Santiago Loza dirigido por Maruja Bustamente y sólida y delirantemente interpretado por Diego Martín Benedetto, Iride Mockert y José Escobar. 

Tres personajes abismados, unidos en una encrucijada de espanto que nunca adquiere para ellos esa dimensión porque, después de todo, son sus vidas. Un asesinato los reúne en una estrambótica convivencia que pronto se intuye eterna. Ninguno tiene nada mejor que hacer o un lugar más seguro en el que estar que ese sótano frío donde todas las verdades parecen posibles aunque lejanas. Los recuerdos son excusas y el deseo es un animal domesticado que olvidó cómo lastimar. O quizá les duelen demasiadas cosas como para que el deseo importe.

Un gesto común tiene mucho de parábola. Parábola poética y misteriosa de libre interpretación y uso para los espectadores. La insensatez se nos ofrece como punto de vista razonado y absurdo. Una demencia que se torna contagiosa a medida que la convivencia se prolonga. Y su desmedida eficacia logra la conversión del personaje más escéptico. El objeto amado ve la luz y, como en toda buena conversión, asume la responsabilidad que implica: "tenemos la obligación de ser felices". Un mandamiento envidiable para los tiempos que corren.

La dirección excava el texto dando lugar a los recuerdos, al relato y a una forma de pensamiento que trata de verbalizar el caos interno de toda existencia solitaria. Es todo un desafío que logra superar dejando que el humor y la ironía se instalen en el espectador pero nunca en los personajes. Ellos, cada uno a su modo, creen. Y pocas cosas sostienen mejor una obra en escena que la fe de sus criaturas.


Un gesto común

Texto: Santiago Loza.
Actúan: Diego Martin Benedetto, Jose Escobar, Iride Mockert.
Diseño de luces: Mariano Arrigoni.
Fotografía: Nora Lezano.
Asistencia de dirección: Juan Francisco Dasso.
Producción: Nicolás Capeluto.
Dirección:Maruja Bustamante.

Abasto Social Club
Yatay 666
Lunes 21h. 

Breve ejercicio para sobrevivir



Por esas cosas afortunadas de la vida en el arte tuve la suerte de ver la versión española de esta exquisitez dirigida por Lautaro Perotti en su versión madrileña. Santi Marín compartía escena con Bárbara Lennie. La magia de aquella función quedó plasmada acá: http://mecagoenlabohemia.blogspot.com.ar/2014/01/breve-ejercicio-para-sobrevivir.html

Ahora, por fin, el off porteño recibe esta joya con la que muchos se identificarán. Quizá un poco más el inmenso gremio teatral, sí, porque la vocación actoral y sus encrucijadas están muy presentes en su argumento pero, en realidad, donde habla de teatro bien sabemos que cada espectador ubicará su propio desafío, su sueño, su deseo. El otro gran ingrediente de la obra es el amor. Su imposibilidad. La incomunicación absoluta con alguien que lo es todo para uno.

En Buenos Aires la actriz que acompaña a Marín es Marina Bellati, admirada muchas meses por su comicidad, sorprende acá con la composición de una mujer tan enérgica como impotente. Aguda y limitada en su vano esfuerzo por defenderse de todo. Del afuera, el pasado, el presente y el amor. Santi Marín recupera y profundiza todos los hallazgos de su personaje. Uno de los aspectos más interesantes de la dirección se encuentra en la importancia dada a la escucha, a lo que el otro hace en mí con sus palabras.

Breve ejercicio para sobrevivir tiene la virtud de aproximarse a muchas preguntas existenciales desde la inmediatez cotidiana, desde la bronca y la humanidad de sus personajes. El texto nos obliga a interrogarnos sobre nuestros miedos y pasiones. Qué hacemos con ellos. Cómo los amaestramos. En qué nos convierten.

Perotti se nutrió del universo de T. Williams para la creación de sus criaturas, pero hay un gran sustrato poético personal que habita el texto con imágenes inolvidables.

La puesta en escena goza de una intimidad reveladora que nos introduce de lleno en un departamento que se intuye oscuro, enorme y casi abandonado. Un espacio que reproduce el alma de quien lo habita. No es menor destacar que esta obra inaugura nueva sala en Timbre 4, ese teatro bendecido por las musas donde todos los rincones son potenciales escenarios. Esta sala, además, cuenta con el encanto de recordarnos la leyenda "timbrera". Ahí vivía Tolcachir hace unos años, antes de que el lugar fuera aula para terminar ahora, abracadabra, convertida en sala. Rizando el rizo el departamento de ella, esa casa en la que entramos en Breve ejercicio... está junto a un teatro, así que realidad y ficción se dan la mano en una suerte de continuidad histórica y transatlántica que nos hace augurar que el destino de esta obra ya tiene mucho escrito por delante.


Breve ejercicio para sobrevivir

Actúan: Marina Bellati, Santi Marín
Fotografía: Santiago Albanell
Prensa: Marisol Cambre
Producción: TEATROTIMBRe4
Dirección: Lautaro Perotti

Timbre 4. 
Boedo 640
Sábados 20h. y domingo 21.15

Electrónica, de Enzo Maqueira

Cerrás la novela pensando que vos, como la profesora, sos un poco boluda. Posteaste de madrugada justo el anticipo de la frase con la que al final resume y redime todo el tema del amor. Sabés que no es casual pero un poco te mata la obviedad de haber elegido compartir eso de que "el enamoramiento era surfear las olas de un mar que siempre reventaba contra un paredón". Sonreís cuando encontrás la cruz de esa frase en la penúltima página. Igual no la transcribís acá. Mejor lo leen para que experimenten eso de que "a una le hace click la cabeza en cualquier momento".

Pensás que lo que más te interesó de Electrónica es esa segunda voz de la escritura. Una segunda voz que hace que el narrador sea alguien inmediato. Un poco más omnisciente que el habitual. Alguien que está con la profesora todo el tiempo, como Rabec, pero sin que ella se de cuenta. Maqueira acierta mucho y bien al rescatar a Natasha justo ahí porque entendés que nunca se fue. Sí, la vida es lo que sucede mientras vos...

 La vida está plagada de esos lugares comunes que la profesora detesta pero que son los que construyen el imaginario colectivo y definen el noventa por ciento de los guiones cinematográficos. Y también los que salvan cada tanto. El lugar común es como el cuento con remate tradicional. Sabés cómo termina y eso tranquiliza al niño que seguimos siendo.

Pensás que es un muy pedante escribir así sobre el libro que recién cerraste sólo por el placer de seguir escuchando la segunda voz en tu cabeza. Recordás aquel ejercicio de escritura creativa donde había que imitar al escritor amado. Seguís entonces. Estabas tratando de explicar esto: la continuidad de esa voz que articula un perfecto punto de vista íntimo pero ajeno. Una distancia prudente que relacionás con los efectos secundarios de tanta droga junta en pocas páginas. (El fondo en la forma, por supuesto). También tiene que ver con el retortijón emocional que vive ella. La ella que no es la profesora. La elección de ese desdoble también nutre. Y ahí ya no es sólo técnica. Te sorprende que Maqueira sea Enzo. Un tipo. Porque esos desdobles de personalidad, una mina que dentro de sí lleva otras muchas, una concretísima,  material,  visible, "la profesora", la que termina siendo lo que el resto ve pero no lo que ella cree ser... Bueno, esos enrosques con los que una está familiarizada hasta la extenuación, los concebís femeninos. Pero no caerás en la pelotudez de la literatura con género. No. Lo que dirás es que esa agudeza refuerza la construcción de un personaje lleno de contradicciones. Igual, pobre, ciento veintitrés páginas de viacrucis atraviesa.

Pensás que, en efecto, como leíste por ahí antes de comprar el libro, hay mucho de retrato generacional. Y va más allá de la argentinidad al palo del ecosistema elegido para esas criaturas. Creciste en España y, sin embargo, en tu pulso laten muchos "ítems electrónicos". Amás la ironía. Mucho y siempre. Y cuando encontrás pensamientos propios redactados por otro, agradecés no tener que seguir pensando en ellos para darles forma. Algunos suenan así de parecidos:

"El mundo se había convertido en un lugar distinto al que la profesora conocía. Eso también era tener treinta años: que tu mundo hubiera pasado de moda". *

"Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet el futuro había resultado ser una cagada. (...) Porque sí, dijiste, porque creíamos que iban a existir robots y naves voladoras, por lo menos que iban a inventar la patineta que flota de Volver al futuro, nunca pensamos que el siglo XXI iba a ser eestar con un pie en la realidad y con otro pie adentro de una pantalla".

"Si la rubia estaba comprando libros no era tan estúpida como pensabas".

"Cada chongo que pasa por tu cama es una aplicación nueva para el celular que tenés en tu cabeza".

Pero no te hagas la boluda por más rubia que finjas ser ahora. No comentás Electrónica por empatía argumental. Es sobre el horizonte de expectativas confirmado que querés hablar sin saber por dónde empezar. Por eso no empezás. El horizonte es esa línea que no se cansa nunca de fugarse. Te imaginás releyendo la novela en verano y te preguntás qué pasará entonces con esas marcas que ahora hiciste. Si habrá otras.

Pensás en sus  fluidos poéticos.

"La profesora y Natasha con las manos abajo de un chorro de crema, sintiendo los dedos como peces haciéndose el amor en un frasco de miel".

"Miraste el techo: tenía las mismas manchas de humedad de siempre, la que parecía un elefante sin trompa, la de una mujer de tetas grandes y el animal con cuernos que de chica creías que te iba a comer las manos mientras estabas durmiendo".

Eso.

Considerás que si son eso no les dan ganas de leer Electrónica, no merece la pena insistir.

Macarena Trigo.


*: "nosotros nos quedamos ahí, en los Simpsons", dice el ninja. Carcajada en esa línea. En el momento en el que esa serie se convirtió en referente académico el mundo ya era otro. Cuán cierto es que "los noventa habían cambiado todo y enseguida todo había cambiado otra vez". Demasiadas series, películas y libros cumplen aniversario redondo últimamente. Y Electrónica se hace eco de esa caducidad de la ficción como nuevo calendario. Recordás Friends. Terminaron casándolos y convirtiéndolos en padres para que pasara algo, para que pudieran salir de esa eterna carcajada bien peinada que los mantenía imperturbables. La serie cumplió veinte años y todos nos sabemos más viejos ahora. 

Electrónica
Enzo Maqueira. 
ed. Interzona, Bs. As, 2014. 

"La poesía no tiene corralito"

Sigo los textos de Loza. Sigo la aparición de sus palabras y, casi siempre, nos llegan como obras de teatro. Hay ratos en los que varios estrenos llevan su nombre y nos preguntamos cómo hace, qué come, ¿duerme? Después recordamos que Loza es dramaturgo y que, por el momento, elige no dirigir sus textos. Eso debe ayudar a gestionar su prolífica creatividad. Sea como fuere, me consta que nos pasa a muchos, Loza es un autor al que "seguimos" y eso, siendo dramaturgo, (último escalafón de la jerarquía literaria) habla muy bien no sólo de su impronta, sino de sus búsquedas y de una sólida poética que expansión que, por cierto y por fin, pronto tendremos en forma de libro.

Almas ardientes es la primera obra de Santiago Loza que vemos en un teatro oficial y está dirigida por Tantanian. En el programa el autor afirma que la obra fue fruto del encuentro con el director y del deseo de laburar con un grupo de actrices sobresalientes. Con mucha menos dinamita se vuelan puentes, así que no es de extrañar que el resultado de tanta iniciativa resulte no sólo interesante, sino también un divertimento potente, una obra que nos deja observar el mecanismo de construcción de su puesta para recordarnos que la gracia de las recetas no está tanto en los ingredientes como en el modo en que se cocinan. Y Almas ardientes tiene mucho de cocina. Gran cocina teatral. Grandes lecciones de interpretación por parte de un elenco impecable y, por momentos, implacable en la construcción de certezas que sostienen a sus personajes. La cocina como tal se muestra como ámbito de soledad, lugar redentor donde roles de madres e hijas se perpetúan mientras el tiempo moderniza, con suerte, los electrodomésticos que las rodean. Y otra cocina pispeada, la literaria. Un taller de escritura donde las mujeres comparten todo lo que las separa. Un espacio donde buscan expresar(se), sin saber qué decir. Claro que es difícil encontrar las palabras adecuadas cuando el mundo, una vez más, se viene  abajo.

Almas ardientes está contextualizada en diciembre de 2001. El eco de esa temporada de historia apocalíptica aún resuena en nosotros. No sólo Buenos Aires era un hervidero, el mundo entero parecía signado por un precipitación hacia el abismo. Sin embargo, la historia se repite y bien lo sabe, todo cambia para que todo permanezca.

La violencia de esos días les llega a las protagonistas como un eco lejano capaz de enrarecer su nada cotidiana y acentuar sus vagos temores. Vagos pero constantes. En todas palpita desbocado el miedo a lo desconocido, ese gran runrún cósmico que acompaña la existencia.

Almas ardientes hace reír a carcajadas gracias a la frescura con la que sus actrices manejan una impunidad temeraria que las convierte en seres tan odiosos como fascinantes, pero ojo, no deja que las contemplemos cómodamente. La identificación aparece y nos sonroja. El malestar de ellas puede ser nuestro. Su soledad, la inercia de los días, el absoluto desconocimiento del mundo... Elijan su porción de torta. Hay para todos.

Tantanian elaboró una puesta en escena elegante e irónica. Literalmente enmarca a estas mujeres en sus ensoñaciones subrayando lo inerte de sus vidas y su museístico transcurrir. El peso de la historia también se evoca en ese marco dorado donde las escenas se abren hacia otras realidades posibles. Sin duda, la carcajada cósmica sostenida la aporta la única presencia masculina. Esa figura que atraviesa el escenario una y otra vez sin hacerse cargo del caos que su belleza provoca. Un hombre bello pero antiséptico, esterilizado. Tanto que termina siendo un ángel. Almas ardientes abre de par en par una entrada del infierno femenino. Una de sus muchas salas de tortura. Y lo masculino, se quiera o no, forma parte consciente o inconsciente de lo inalcanzable, lo deseado y olvidado. Acá, para variar, el hombre es el objeto. Se agradece la ironía de la dirección para aportar un elemento tan crítico como apuesta estética.

Aparecen varias frases en el programa de mano que ubican el ánimo donde corresponde. Compartimos una de Virginia Woolf en La señora Dalloway porque resume muy bien todo lo que acá no vamos a contarles.

"Lo que ocurría siempre, ocurrió entonces; lo que ocurría todos los atardeceres de sus vidas".


Almas ardientes. 
Autoría:Santiago Loza.
Actúan: Eugenia Alonso, Maricel Alvarez, Mirta Busnelli, Analía Couceyro, Gaby Ferrero, Stella Galazzi, Santiago Gamardo, Paula Kohan, María Onetto, Maria Ines Sancerni.
Músicos: Emiliano Álvarez, Rafael Delgado, Diego Penelas.
Vestuario y escenografía: Oria Puppo.
Iluminación: Jorge Pastorino.
Diseño sonoro: Diego Penelas.
Video: Vasko Films, Eduardo Crespo.
Música original y dirección musical: Diego Penelas.
Dirección: Alejandro Tantanian.

Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530
Funciones de miércoles a domingo.