Cinthia, Cinthia, Cinthia...

Hace unos días fuimos parte de la experiencia que propone esta obra y varias cosas nos dejaron en inquieta reflexión. Algo nos impedía comentarla. Queríamos entender mejor qué habíamos compartido, a qué se nos había invitado. Cinthia interminable no es para todos los públicos. No lo es porque es difícil que el público se siente en una platea aceptando interrogantes sin respuesta a digerir parodias sobre un lenguaje ajeno - en este caso nada menos que el de las teleseries norteamericanas de los ochenta -, y a apreciar elecciones técnicas y formales que hablan claramente de un serio cuestionamiento sobre qué mostrar y cómo.

Cinthia interminable es ácida y crítica. Su humor es duro. No negro. El humor negro abre ventanas para que el espectador respire. Cinthia... traba cada carcajada con un texto artificioso. Emplea un lenguaje inexistente. Una forma de hablar que evoca el doblaje de las ficciones ochentosas de la pequeña pantalla, sí,  pero desde el recuerdo, la reminiscencia, desde la huella que esas expresiones huecas dejaron en los creadores de la obra. Eso genera una extrañeza constante que una y otra vez expone los engranajes de la construcción. Cinthia interminable es un experimento sobre la irrealidad de nuestra percepción que habilita una reflexión práctica sobre los modelos narrativos con los que crecimos. Modelos de fondo y forma. La plasticidad de la propuesta tiene algo de museística. Los cuerpos de los actores exploran una rigidez de maniquíes, una quietud perpleja que los vacía de sentido y, al mismo tiempo, los convierte en posibles recipientes de todo discurso. Los personajes son una excusa, nos recuerdan. Cuentan con un muy buen laburo de coreografía que nutre su búsqueda de una expresividad distinta. Los cuerpos rígidos repiten incansables gestos omnipresentes en las ficciones que parodian. No en vano el escenario principal es una de esas mesas de familia donde tantas escenas incongruentes se desarrollan. No hay familia televisiva cuyos conflictos existenciales no estallen frente a una buena cena. De ese artificioso contexto se sirve Coulasso para desarrollar una dinámica desquiciada donde, literalmente, no queda títere con cabeza.

El adjetivo interminable del título advierte sobre las infinitas posibilidades que su estrategia ofrece. La dirección elige unos pocos fragmentos  entre los cientos que debieron conformar la potencial dramaturgia. Y la selección tiene el efecto de aquellos VHS donde rebobinábamos una y otra vez los episodios de nuestra serie favorita. El tiempo se acelera y poco y nada cambia en ese sustrato estereotípico de la familia norteamericana for export. Quienes crecimos mirando las teleseries yankies de los ochenta alimentamos la esperanza de que el mundo fuera un lugar donde los malvados recibían su castigo tarde o temprano. En los noventa entendimos que tal cosa no era posible y en los últimos años la ficción nos ha enseñado a amar a los malvados más que a los antihéroes.

Cinthia interminable no habla sobre esto. No es una obra discursiva. Ni siquiera es una obra de texto. Las palabras, como los personajes, son también una excusa. Sin embargo todo esto y más está ahí. Servido en esa mesa vacía donde los personajes cenan y se disparan a buen ritmo.

Cinthia interminable

Dramaturgia: Marysol Benitez, Germán Botvinik, Juan Coulasso, Juan Fernández Gebauer, Gulliver Markert, Eric Taylor, Jazmín Titiunik.
Actúan: Marysol Benitez, Germán Botvinik, Juan Fernández Gebauer, Eric Taylor.
Caracterización y maquillaje: Ana Sol García Dinerstein
Diseño de vestuario: Ezequiel Galeano
Diseño de luces: Mariano Arrigoni.
Diseño sonoro: Ignacio Sepúlveda.
Realización de escenografia: Marcos Berta.
Realización de vestuario: Silvana Diachenko, Patricia Terán.
Fotografía: Akira Patiño.
Asistencia de dirección: Gulliver Markert.
Producción ejecutiva: Luciana Martínez, Gabriela Paolillo.
Dirección de arte: Ezequiel Galeano
Co-Dirección: Jazmín Titiunik
Dirección: Juan Coulasso.

Beckett Teatro
Guardia Vieja 3556
Viernes 23h