La lección de la Serna

Lo vimos hace más de una semana y aún lo pensamos y cada tanto hablamos con alguien, lo recomendamos... Así que va siendo hora de escribir sobre él, aunque no lo necesite en absoluto.

En general no vemos mucho teatro comercial. Por economía, falta de estómago y prejuicios pulcramente acumulados durante años. Entonces, decir que se agradece mucho que nos bajen de un hondazo de nuestro pedestal estético nada menos que en una sala del complejo la Plaza. Lluvia constante viene precedida por toda la prensa y halagos que corresponden a tamaña producción. No faltan elementos que comentar y seguramente casi todo lo que se ha escrito y dicho al respecto está más que bien y es muy correcto, así que no hablaremos acá sobre generalidades.

Lo que nos entusiasmó, lo que vivimos como un regalo inolvidable fue la actuación de Rodrigo de la Serna. Actor al que se admira desde lejos hace tiempo, pero al que nunca habíamos tenido la oportunidad de ver en teatro. Cabe señalar que vimos la obra en quinta fila, un lugar muy privilegiado para recibir muchas de las provocaciones del personaje y donde era imposible no deleitarse con la precisión de sus propuestas. Ojo, Joaquín Furriel también logra una composición sincera y contundente, sin embargo, es el personaje de Rodrigo de la Serna, el que nos trae y nos lleva cómo y dónde quiere a lo largo de dos horas. Un policía que tiene lo peor del género y que, sin embargo, logra un alto grado de empatía con esa mirada extrema de las cosas y  esa desmedida oscuridad que su discurso convierte en una agónica lucidez sostenida por un humor negro boca de lobo malo.

Precisión en el desborde. No alcanzan estas palabras para explicarlo todo pero es un buen comienzo. Dani es un personaje en la línea de muchos de los encarnados por Bruce Willis. No se pretende que tenga sutilezas. Destila verdades absolutas y golpea a diestro y siniestro con ellas. Hay un momento que de la Serna debe disfrutar terriblemente, un instante en el que interroga al público sobre lo incuestionable de esta hipótesis: un tipo que huye de la policía al verla es alguien que, sin duda, hizo algo mal. Y la sala tímidamente, incapaz de contrariarle (algunos, cómo no, comulgando con la obscenidad propuesta) afirma que sí, para que el relato continúe, para que el personaje nos siga iluminando desde su delirio.

De la Serna le pone el cuerpo a cada texto. No hay frase sin mirada involucrada. Todo es juicio y opinión. Todo le importa. Las cosas son blancas o negras y, a medida que se oscurecen más y más, ese mismo cuerpo se va retorciendo, deformado, ensuciando. Se entorpece y abandona después de una ardua batalla consigo mismo.

Quinta fila. Ya lo aclaramos. Un lujo. Porque cada pequeño gesto, cada nueva decisión, cada riesgo o juego nos llegaba con una generosidad pasmosa. Toda una lección de actuación que nos obliga a creer que, cada tanto, donde menos se espera, la vida está dispuesta a concedernos algo del todo inesperado.

Esta semana, repartamos modestia y mandemos los prejuicios a paseo. Ahorren un poco, consigan invitaciones o cuélense, pero no dejen de ver Lluvia constante.

Lluvia constante, de Keith Huff.

Dirección: Javier Daulte.

Versión: Federico González Del Pino, Fernando Masllorens.
Actúan: Rodrigo de la Serna y Joaquín Furriel.
Diseño de vestuario: Mariana Polski.
Diseño de escenografía: Alberto Negrín.
Diseño de luces: Albert Faura.
Sonido: Pablo Abal.
Diseño gráfico: Romina Juejati, Gabriela Kogan.
Asistencia de escenografía: Lucía Kazanietz.
Asistencia de dirección: Sebastián Pollito.
Producción ejecutiva: Carla Carrieri.
Producción general: Pablo Kompel.
Dirección de Producción: Ariel Stolier.
Jefe de escenario: Sebastián Pollito.
Supervisión técnica: Jorge H. Perez Mascali.
PASEO LA PLAZA
Av Corrientes 1660. De miércoles a domingos.
Consultar horarios. http://www.paseolaplaza.com.ar/