La mirada de la infancia


No le es dado al hombre conocer a sus semejantes. Tampoco el conocimiento del niño que fue: fue niño pero lo olvidó, ha olvidado por completo la atmósfera interior de su infancia. Se trata, pues, de una pérdida de la memoria del tiempo de la infancia. Michaux habla de la mirada del niño:

Miradas de la infancia, tan particulares, ricas en no saber, ricas de extensión, de desierto, grandes por ignorancia, como un río que fluye (el adulto ha vendido la extensión por los hitos en el camino), miradas todavía no atadas, densas de todo aquello que se les escapa, plenas de lo todavía indescifrable. Miradas del extranjero... (...)

... el hombre ha sido niño. Lo ha sido mucho tiempo y, según parece, lo ha sido en vano. Algo de esencial, la atmósfera interior, un yo no sé qué que iba ligando todo, ha desaparecido y con ello todo el mundo de la infancia (...) el olor de la infancia está encerrado en nosotros (...) y es irrecuperable. (...)

Michaux ilustra esta pérdida definitiva con un magnífico ejemplo:

A los ocho años, Luis XIII hace un dibujo parecido al que hace el hijo de un caníval de Nueva Caledonia. A los ocho años, tiene la edad de la humanidad, tiene por lo menos doscientos cincuenta mil años. Algunos años más tarde los ha perdido, no tiene más que treinta y uno, se ha vuelto un individuo, nos es más que un rey de Francia, atolladero del que no saldrá nunca.

Alejandra Pizarnik, "Pasajes de Michaux", en Prosa completa, 3ªed., Barcelona, 2006.